“Siempre habrá pobres…”
Cáritas Parroquial de Vallada
¿Puede haber
alguien que crea y diga, con convencimiento, que la pobreza no existe? Cuando en el año 1.993 D. José, creó Cáritas
Parroquial en nuestra Parroquia; era frecuente escuchar el comentario: “Si en
Vallada no se conocen pobres. ¿Para qué, Cáritas?”. Lo interesante no era
entrar a valorar si había o no pobreza, lo importante era que esa expresión
muchas veces se ha usado para justificación de nuestra insolidaridad. La mejor
forma de ignorar un problema es inhibiéndose voluntariamente ante él.
Esta forma de
pensar, no es un hecho singular y minoritario de sociedades cerradas que viven
en la opulencia, y se niegan a aceptar una realidad que las denuncia, por el
contrario, es una actitud bastante frecuente que nos sitúa ante una colectividad que desea pasar del problema de la pobreza, y
sustrayendo sus responsabilidades
personales y colectivas, insisten en que la pobreza no existe, al menos en
forma grave, o que si existe es un fenómeno temporal que desaparecerá como ha
venido. Ignorando la advertencia de Jesús: «Siempre
habrá pobres entre vosotros» (Mc 14,7). (Porque, siempre habrá injusticias
generadoras de pobreza).
Ha pasado mucho
tiempo desde entonces. La Vallada de
aquel año, aunque ya se notaba la perdida de la actividad industrial, abocada
al cierre de la mayoría de empresas, aún vivía de la inercia de los años de
trabajo duro y continuado. Vallada había sido un pueblo ejemplar en producción
y en riqueza. Por entonces, Cáritas Parroquial, ayudaba de forma no continuada
a unas pocas familias de Vallada. Atendía las necesidades locales y además, los
excedentes de alimentos los llevábamos al colegio de ancianos desamparados San
José de Xàtiva; así como, parte de la disponibilidad económica servía para
contribuir en campañas de ayuda en
Cooperación Internacional, a favor de refugiados o de hambrunas; siempre
tutelados por la Cáritas Diocesana de Valencia; también se organizaban campañas
en favor de afectados por catástrofes naturales
No faltaron
nunca pobres, menesterosos y desamparados a los que ayudar.
Hoy vivimos una
situación nueva de crisis profunda generalizada. La primera consecuencia de la
crisis fue la exclusión social de los inmigrantes ilegales, que al no poder
formar parte del sistema, han comenzado a regresar a sus países como mal menor.
Finalizando con el gran flujo de inmigrantes que se instalaron entre nosotros.
La situación actual es la escasa presencia de estos en la acogida, con
tendencia a disminuir, pero, por lo contrario, registramos un aumento en la
acogida de Cáritas de familias de Vallada con
problemas. Familias con graves dificultades creadas por las nuevas
pobrezas: paro, drogo-dependencias, desestructuración, etc. También se registra
un aumento considerable en la llegada de transeúntes. Miserias producto de una
sociedad enferma con una crisis moral y de valores muy superior a la económica,
aunque sólo se hable de esta última.
Pero esa negación de la pobreza, esa
voluntaria indiferencia con los pobres, necesita de cuartadas que la conformen,
como justificación ante la conciencia. Hay tantas excusas como conciencias
deformadas: económicas, políticas,… llegando hasta de tergiversación del mensaje
evangélico para hacerlo coincidir en una forma de pensar determinada.
La pobreza
existe. Es una dramática realidad, humana y social. En palabras de Juan Pablo
II: “Los ricos son cada vez más ricos y
los pobres cada vez más pobres” “Cada vez es mayor el abismo que separa a los
países ricos de los países pobres”.
Basta con
mantener abiertos los ojos o no cerrarlos ante la realidad que nos rodea, para
saber que la pobreza, la marginación, la miseria están ahí, junto a nosotros o
cerca de nosotros. A lo largo y ancho de nuestra sociedad y de nuestro mundo,
siempre tendremos pobres entre nosotros, y seguirán siendo los preferidos de
Dios. Si Jesús tomó opción por los menesterosos, los que sufren, los que
lloran,... un buen cristiano no puede
negar la realidad de la pobreza, el
sufrimiento que genera y el tender la mano para aliviarlo, como haría Jesús.
Hoy, la Iglesia de Cristo, ha de seguir estimando a
los pobres. Porque son para ella sacramentos vivos: “De cierto os digo que cada vez que lo hicisteis a uno de estos mis
hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis (Mt. 24, 40) Hoy la Iglesia, nuestra parroquia; no puede
dar la espalda al que sufre. El inicio de la constitución “Gaudium Spes” sobre
la Iglesia en el mundo de hoy, aprobada en el Concilio Vaticano II, es muy
expresivo al respecto, dice: “Los gozos y
las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo,
sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas,
tristezas y angustias de los discípulos de Cristo...”
Los cristianos,
como seguidores de Cristo, hemos de ayudar a esas personas con nuestra
comprensión, nuestro apoyo moral o material; defendiéndoles y dando la cara por
ellos como hizo Cristo.
Hacen falta
profetas, que con una palabra, puedan romper la serena quietud de los que viven
tranquilos en su bienestar. Para denunciar, ante ellos, lo que sus ojos no
quieren ver, y escuchen lo que sus oídos no quieren escuchar, para que
despierten su sensibilidad humana dormida en el egoísmo. Sólo así haremos
creíble el evangelio.