miércoles, 16 de mayo de 2012

Pastoral de la Caridad


“Siempre habrá pobres…”

 Cáritas Parroquial de Vallada

¿Puede haber alguien que crea y diga, con convencimiento, que la pobreza no existe?  Cuando en el año 1.993 D. José, creó Cáritas Parroquial en nuestra Parroquia; era frecuente escuchar el comentario: “Si en Vallada no se conocen pobres. ¿Para qué, Cáritas?”. Lo interesante no era entrar a valorar si había o no pobreza, lo importante era que esa expresión muchas veces se ha usado para justificación de nuestra insolidaridad. La mejor forma de ignorar un problema es inhibiéndose voluntariamente ante él.
Esta forma de pensar, no es un hecho singular y minoritario de sociedades cerradas que viven en la opulencia, y se niegan a aceptar una realidad que las denuncia, por el contrario, es una actitud bastante frecuente que  nos sitúa ante una colectividad que  desea pasar del problema de la pobreza, y sustrayendo  sus responsabilidades personales y colectivas, insisten en que la pobreza no existe, al menos en forma grave, o que si existe es un fenómeno temporal que desaparecerá como ha venido. Ignorando la advertencia de Jesús: «Siempre habrá pobres entre vosotros» (Mc 14,7). (Porque, siempre habrá injusticias generadoras de pobreza).
Ha pasado mucho tiempo desde entonces.  La Vallada de aquel año, aunque ya se notaba la perdida de la actividad industrial, abocada al cierre de la mayoría de empresas, aún vivía de la inercia de los años de trabajo duro y continuado. Vallada había sido un pueblo ejemplar en producción y en riqueza. Por entonces, Cáritas Parroquial, ayudaba de forma no continuada a unas pocas familias de Vallada. Atendía las necesidades locales y además, los excedentes de alimentos los llevábamos al colegio de ancianos desamparados San José de Xàtiva; así como, parte de la disponibilidad económica servía para contribuir en campañas  de ayuda en Cooperación Internacional, a favor de refugiados o de hambrunas; siempre tutelados por la Cáritas Diocesana de Valencia; también se organizaban campañas en favor de afectados por catástrofes naturales
No faltaron nunca pobres, menesterosos y desamparados a los que ayudar.
Hoy vivimos una situación nueva de crisis profunda generalizada. La primera consecuencia de la crisis fue la exclusión social de los inmigrantes ilegales, que al no poder formar parte del sistema, han comenzado a regresar a sus países como mal menor. Finalizando con el gran flujo de inmigrantes que se instalaron entre nosotros. La situación actual es la escasa presencia de estos en la acogida, con tendencia a disminuir, pero, por lo contrario, registramos un aumento en la acogida de Cáritas de familias de Vallada con  problemas. Familias con graves dificultades creadas por las nuevas pobrezas: paro, drogo-dependencias, desestructuración, etc. También se registra un aumento considerable en la llegada de transeúntes. Miserias producto de una sociedad enferma con una crisis moral y de valores muy superior a la económica, aunque sólo se hable de esta última.
 Pero esa negación de la pobreza, esa voluntaria indiferencia con los pobres, necesita de cuartadas que la conformen, como justificación ante la conciencia. Hay tantas excusas como conciencias deformadas: económicas, políticas,… llegando hasta de tergiversación del mensaje evangélico para hacerlo coincidir en una forma de pensar determinada.
La pobreza existe. Es una dramática realidad, humana y social. En palabras de Juan Pablo II: “Los ricos son cada vez más ricos y los pobres cada vez más pobres” “Cada vez es mayor el abismo que separa a los países ricos de los países pobres”.
Basta con mantener abiertos los ojos o no cerrarlos ante la realidad que nos rodea, para saber que la pobreza, la marginación, la miseria están ahí, junto a nosotros o cerca de nosotros. A lo largo y ancho de nuestra sociedad y de nuestro mundo, siempre tendremos pobres entre nosotros, y seguirán siendo los preferidos de Dios. Si Jesús tomó opción por los menesterosos, los que sufren, los que lloran,...  un buen cristiano no puede negar la realidad de la pobreza,  el sufrimiento que genera y el tender la mano para aliviarlo,  como haría Jesús.
Hoy, la  Iglesia de Cristo, ha de seguir estimando a los pobres. Porque son para ella sacramentos vivos: “De cierto os digo que cada vez que lo hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis (Mt. 24, 40)  Hoy la Iglesia, nuestra parroquia; no puede dar la espalda al que sufre. El inicio de la constitución “Gaudium Spes” sobre la Iglesia en el mundo de hoy, aprobada en el Concilio Vaticano II, es muy expresivo al respecto, dice: “Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo...”
Los cristianos, como seguidores de Cristo, hemos de ayudar a esas personas con nuestra comprensión, nuestro apoyo moral o material; defendiéndoles y dando la cara por ellos como hizo Cristo.
Hacen falta profetas, que con una palabra, puedan romper la serena quietud de los que viven tranquilos en su bienestar. Para denunciar, ante ellos, lo que sus ojos no quieren ver, y escuchen lo que sus oídos no quieren escuchar, para que despierten su sensibilidad humana dormida en el egoísmo. Sólo así haremos creíble el evangelio.